Los mercados de artesanías son un clásico siempre viviente en el altiplano de Bolivia y Perú. Cuando uno recorre esas extensas ferias siente que está explorando el centro mismo del corazón andino. La música de flautas y charangos penetra todos los sentidos hasta hacerse eco en lo más intimo de cada persona; es que lo que se emite con sentido y razón de ser es capaz de trastocar la médula de un ser humano y elevarlo a cúspides desconocidas hasta ese momento, como si uno se viera envuelto en un embrujo, o estuviera sintiendo los efectos de un alucinógeno...
Los habitantes del altiplano tienen una característica que los engrandece; es nada más y nada menos que el orgullo por sus raíces y costumbres. Cuando uno pone un pie en ese suelo, es imposible no sentir alguna señal incaica y verse atraído, como si de un llamado se tratara, por todos los iconos que conforman la idiosincrasia andina.
Uno no puede dejar de hacerse parte de ese ritual sagrado que es el condimento esencial de cada habito, costumbre y creencia de los sabios y tranquilos caminantes de esta Sudamérica que nos pide a gritos que la reconozcamos como nuestra madre...
Las calles de tierra del altiplano transportan a los viajeros a un autentico film de imágenes precolombinas. Las montañas coloridas, la rojiza tierra surcada de llamas, alpacas y vicuñas que caminan y pastan por los campos, representan un panorama único e irrepetible para los ojos...
Por los costados de la ruta deambulan muchos de sus trashumantes habitantes originarios con sus vestimentas típicas, imposibles de no reconocer desde lejos por el fulgor y la viveza de sus colores y la textura única de sus telas labradas artesanalmente...
Cuando uno se baja en algún pueblito cercano a La Paz es usual que una de las vendedoras se acerque a ofrecer artesanías y también bebidas y choclos con queso. En ese mismo instante, aunque él estomago esté cerrado, el apetito llama a la puerta de cualquier viajero que no puede resitirse a la tentación de comerse un exquisito choclo o un típico tamal andino...
Los habitantes del altiplano tienen una característica que los engrandece; es nada más y nada menos que el orgullo por sus raíces y costumbres. Cuando uno pone un pie en ese suelo, es imposible no sentir alguna señal incaica y verse atraído, como si de un llamado se tratara, por todos los iconos que conforman la idiosincrasia andina.
Uno no puede dejar de hacerse parte de ese ritual sagrado que es el condimento esencial de cada habito, costumbre y creencia de los sabios y tranquilos caminantes de esta Sudamérica que nos pide a gritos que la reconozcamos como nuestra madre...
Las calles de tierra del altiplano transportan a los viajeros a un autentico film de imágenes precolombinas. Las montañas coloridas, la rojiza tierra surcada de llamas, alpacas y vicuñas que caminan y pastan por los campos, representan un panorama único e irrepetible para los ojos...
Por los costados de la ruta deambulan muchos de sus trashumantes habitantes originarios con sus vestimentas típicas, imposibles de no reconocer desde lejos por el fulgor y la viveza de sus colores y la textura única de sus telas labradas artesanalmente...
Cuando uno se baja en algún pueblito cercano a La Paz es usual que una de las vendedoras se acerque a ofrecer artesanías y también bebidas y choclos con queso. En ese mismo instante, aunque él estomago esté cerrado, el apetito llama a la puerta de cualquier viajero que no puede resitirse a la tentación de comerse un exquisito choclo o un típico tamal andino...
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